Una vocación
grabada a fuego...
Así son ellos
Los Bomberos Voluntarios constituyen una comunidad
dado que “comparten actividades comunes y está
ligada de tal manera por sus múltiples relaciones
que cualquiera de sus integrantes sólo puede
llevar a cabo sus propósitos personales actuando
juntamente con otros”.
Esas actividades comunes están sostenidas por
lo que ellos denominan “Reglas de los Servicios”
y son tres:
1) Salvar vidas y bienes de las personas afectadas
por fuegos descontrolados.
2) Salvar vidas de las personas en situación
de alto riesgo e imposibilidad de ser atendidas por
otros servicios que supuestamente les correspondería.
3) Accionar y velar por la protección de la
vida y el medio ambiente afectado por materiales peligrosos.
Estas “reglas” funcionan sobre un sistema
de creencias y procedimientos que guían y
regulan la actividad, esto les permite manejar el
ambiente de tensión que los rodea, pero no
resulta suficiente para explicar el por qué
voluntariamente enfrentan la muerte, el riesgo y
el horror en cada paso de esas actividades comunes.
Al preguntarles acerca de esta elección inicial,
todas las respuestas refirieron a una situación
vinculada con la infancia, un recuerdo, una emoción
y admiración por el trabajo de los bomberos.
Entre algunos de ellos existía el hábito,
cuando eran chicos, de seguir en bicicleta a las
autobombas: “un día escuché
la sirena cerca de mi casa y salí con mi
bici, los perseguía a todos lados, esa creo
que fue mi llamada”; en otros casos algún
familiar los llevaba en auto a seguir a los bomberos;
y en otros la visita escolar al cuartel los había
dejado deslumbrados: “cuando ví las
autobombas y las pude tocar sentí un magnetismo
que siempre lo recuerdo”. Hay quienes también
ingresaron siendo “cadetes” , o por
tradición familiar o por intermedio de un
amigo. En esa memoria primera ponen ellos la elección
de su vocación.
Esto fue posible de verificar más allá
de los relatos cuando en un momento y ante el sonido
de la “alarma externa” apareció
un hombre con un chiquito de tres años en
brazos al que llevaba porque le pide ir a ver “qué
les pasa a los bomberos”; a lo que algunos
de los que ya están hace años respondieron
“va a ser como nosotros, en unos años
está en el cuartel”. En esta relación
que, así enunciada, traduce la intención
de continuidad y de crear una tradición,
se refunda esa cohesión interna que sostiene
a este grupo primario más allá de
las actividades comunes.
Este ejemplo de vínculo si bien ayudaba a
comprender parte de la lógica del funcionamiento
de este grupo, no era suficiente para lograr entender
Su visión de Su mundo. ¿Qué
los había constituido (para la mirada en
este trabajo) en otro diferente a quién realizaba
el trabajo?. La alteridad estaba en el juego de
valores y emociones que no se aparecían como
comprensibles dentro de los parámetros de
quien encara el trabajo. SUS visiones y SU mundo
es lo que se trata de describir aquí.
Ser Bomberos para ellos es un “acto de entrega”
que no tiene un destinatario conocido. Bajo el nombre
de “servicio” éste se brinda
a todo aquel que lo solicite. “Más
allá de que coincidamos o no con quien está
en situación de emergencia, nos guste su
cara o no, el tema es evitar un desastre, ganarle
al fuego o salvar su vida”. Serena Nanda señala
que toda comunidad construye posibilidades emocionales
y define sentimientos sobre sí misma y los
demás como apropiados o no.
Más aún, esta definición de
emociones que se encuentran expresadas en forma
límite como “salvar la vida de otro”
aún dejando de lado el temor de perder la
propia vida, los pone en vinculación con
lo sobrenatural. El sentirse copartícipes
del poder divino de creación y mantenimiento
de la vida les permite interpretar sus propias experiencias
que exceden lo normal.
“Cuado lo seres humanos alcanzan los límites
de sus capacidades intelectuales, de sus poderes
de resistencia, o los límites de su entendimiento
entre lo que tratan de hacer y el éxito que
logran, las creencias y práctica relacionadas
con lo sobrenatural emergen como una forma de imponer
orden en el universo, dando a los hombres la sensación
de que tienen cierto grado de control”. Nada
más apropiado que lo que expresa la autora
para poder entender cómo, para este grupo
de hombres que centran su trabajo en la desgracia,
el dolor, la destrucción y la emergencia
de otros, les es posible cumplir con su “deber”
sin quebrar su fortaleza, sin deshacerse en cada
rescate o en cada incendio.
Es ese vínculo con lo sobrenatural lo que
ordena SU mundo y hace viable vivir en él.
Es el reaseguro de la existencia. Ante la imposibilidad
de encontrar respuestas ante los escenarios trágicos
y ante la permanente duda acerca de la propia finitud,
construyen lo que Mircea Elíade llama una
forma de estar en el mundo, esta comunicación
con lo sagrado, esta modalidad de coparticipar de
la creación originaria, es una situación
existencial.
Siguiendo al autor, para la experiencia de este
grupo lo sagrado los rescata de una certeza de final
de la existencia que en este caso se vivencia en
forma concreta varias veces por día. Por
lo tanto en la sacralización de SU cosmos
se hace evidente la relevancia de un tiempo y un
espacio diferenciado.
En ese espacio ellos verifican su valor existencial
al poder encontrar su punto fijo, su axis mundi:
el cuartel. Allí “se vive, se duerme,
se come, se trabaja, se convive, se pasa a veces
más tiempo que en las casas”, se vive
la cotidianeidad sin la presencia permanente del
temor y de la muerte. Ese espacio sacralizado les
brinda, por un lado seguridad y por otro, los reconoce
e integra.
Afuera el caos está representado por el escenario
al que se dirigen a “prestar su servicio”
sea éste un accidente o un incendio, no importa,
es un escenario del cual ellos no saben si van a
volver.