Una vocación grabada a fuego...


Definir el caos: nombrar el horror

Resulta muy difícil definir el caos en una localidad del gran Buenos Aires que se ha acostumbrado al delito, al abuso de alcohol en menores, al tétrico escenario del fin de semana después de los bailes, al 65% de población con necesidades básicas insatisfechas.
Es difícil cuando se hace cotidiano y uno no reconoce el lugar donde vive de lo que era hace 5 años. Sin duda, para Bomberos Voluntarios esa situación de habitualidad está asimilada, pero el caos para ellos tiene además otras imágenes: “los olores que uno conoce en bomberos son únicos y se ven únicamente en servicio”.
Son olores que los vinculan con la muerte en todos sus estados, con la memoria del fuego representado en el humo. Es el olor del hacinamiento y la miseria, pero también del dolor. “El olor a la sangre lo tengo penetrado en mi nariz, cuando hay un accidente lo recuerdo todo el día”. Es el propio olor de esa descarga adrenalínica que más allá de la costumbre los sacude en cada intervención.
Recuperar aquí sus expresiones resulta clave porque permite visualizar ese escenario al que no todos tenemos acceso justamente porque ellos hacen ese trabajo. “En una oportunidad fuimos a levantar una anciana que se murió en el patio trasero de la casa. Los vecinos se dieron cuenta por el olor, el tema fue que tenía un perro, te podés imaginar el perro sin comida lo que primero agarró fue a ella, El cuerpo entero, pero de la cabeza quedaba la calavera. Esto lo cuento como una anécdota impresionar ya no me impresiona nada”.
El horror quedó acomodado. A las impresiones las convierten en anécdotas porque “se sabe que vas a volver a ver cosas, pero ya lo superás no sé se transforma en un hábito”.
Mencionamos diferentes impactos que provoca el contacto con el caos, para otro de ellos fue la experiencia de “un atropellado por el tren que fue literalmente cortado al medio y, al momento de retirarlo, me tuve que reír porque sino vomitaba, es la única vez que me pasó”.
Aquí la risa entremezclada con los nervios y con la angustia funcionó como descarga de la impresión. En los casos citados los relatos muestran la asimilación, no pueden vivir afectados en cada caso que presencian y crean así una memoria defensiva que no implica que se insensibilicen, pero que construye una coraza que se activa en esos precisos momentos.
En otros casos, signados por más años de experiencia que los anteriores, hay elementos de ese caos que, justamente por ser anormales, nunca podrán ser asimilados: “lo que más me impresionó fue tener que rescatar o extraer cuerpos de niños que fueron violados y matados por su progenitor”. Aquí aparece una patología que ni lo sobrenatural, ni la depositación eximen. Hay una situación más en la cual esa elaboración se hace imposible y está vinculada con la muerte abrupta de menores: “por más experiencia y capacidad que tengas y son los accidentes en donde hay niños involucrados”. En esos casos, ni todo el esfuerzo consciente ni el no consciente los rescatan del dolor de algo que va contra lo natural.
En las otras impresiones es dable que cosas así sucedan, son parte de la naturaleza o resultados de tragedias físicas, allí si se puede crear anécdota; pero en el caso de los menores abusados y asesinados ninguna construcción sirve como asimilación.
Para poder corroborar esto, se indagó acerca de la emergencia de estos recuerdos por intermedio del mecanismo del sueño que suele funcionar como espacio de resignificación o de legitimación de aquello que golpea hasta el inconsciente y la respuesta común fue que “nunca” tienen sueños ni pesadillas vinculadas a las situaciones más crudas.
La represión sobre ese horror es efectiva y lo es en tanto al trasladarse a la forma anecdótica, la reelaboran como leyenda y la instalan dentro de una posibilidad aceptable.



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